La «vida secreta» de Salvador Dalí (que el pintor quería que todos supieran)

Hace ochenta años, al cerrar el libro Mi vida secreta, Salvador Dalí (1904-89) miró su cuerpo desnudo frente al espejo en la habitación del hotel americano «Hampton Manor», complacido de que su cabello fuera «tan negro como el ébano », los pies desprovistos de los signos degradantes de los callos y el cuerpo todavía el del adolescente, salvo el vientre que« ha crecido ». Dalí es bien conocido que durante su vida no hizo más que elogiar su brillante obra y, en esta actitud narcisista, es difícil distinguir entre el juego, la experimentación y la búsqueda sistemática de lo nuevo. Incluso su final, en 1989, siete años después del de Gala, su gran musa, contó con toda la teatralidad y atención del mundo deseada por el pintor que, como era de esperar, escribió: «Todas las mañanas, antes de levantarme, me siento el más grande Placer.

Narcisista, excéntrico megalómano y provocador impenitente, el pintor catalán está marcado desde la infancia por la muerte de su hermano que le precedió, otro Salvador. Sus padres, llevándolo a la tumba, le aseguran que es su reencarnación. En 1921 ingresó en la Escuela de Bellas Artes de Madrid, donde pronto fue expulsado por negarse a ser examinado por los profesores que consideraba que no estaban a la altura de su nivel. Es el momento en el que el joven artista rompe reglas y mitos, consciente, como su nombre indica, de que será él quien «salve» la pintura y se convierta en su genio. Por eso no es de extrañar que en las primeras páginas del libro leamos que, por nada del mundo, cambiaría con algunos de sus contemporáneos.

El libro recorre las etapas fundamentales de la vida del artista, haciendo una pausa para describir el período que pasó en la Residencia de Estudiantes de Madrid, adonde llegó Dalí en 1922, alto y muy delgado, ojos verdes y pelo espeso, gorra negra hasta el cuello y un manto largo. Es el signo de un malestar ante la realidad cotidiana que esconde el joven Salvador, luciendo prendas románticas que ya no están de moda. En la residencia madrileña conoce a García Lorca, Buñuel y Pepín Bello. Este último es el primero en descubrir sus pinturas cubistas desde la puerta abierta izquierda de la habitación; pero es la presencia de Lorca la que se consolida como el fenómeno poético capaz de despertar sentimientos de admiración y celos al mismo tiempo: «Su mejor obra fue él», escribe Buñuel. Muchas páginas están reservadas para encuentro con Gala a quien Dalí se encuentra con su marido, el poeta Paul Eluard, que han venido a Cadaqués a saludar al pintor, ya conocido por su extraordinario talento. La autobiografía insiste en la relación extraordinaria que une al joven Salvador con la musa: es ella quien lo inicia en el amor, es ella quien condiciona sus elecciones de vida, exasperando a su amigo Buñuel, con quien prepara el cortometraje Un chien andalou, para empujarlo al loco intento de estrangularla con sus manos; finalmente, es siempre ella quien dirige los fines económicos de su producción artística, para hacer merecer al artista el anagrama Avida Dolars inventado por Breton. No faltan los juicios sobre su surrealismo que distingue de la escritura automática de Breton y Aragon (el «pequeño y nervioso Robespierre») y que critica por su deriva comunista.

Ochenta años después, la obra biográfica de Dalí -que conviene volver a publicar- confirma que se trata de un autoanálisis profundo, un diálogo que el pintor hace consigo mismo, único punto de referencia posible para comprender su genio.