Navidad; del frenesí a la paz – Opinión de Mauricio Flores

GENTE DETRÁS DEL DINERO NAVIDEÑA

Mauricio Flores

El frenesí previo a las fiestas navideñas es una mezcla de compulsión comercial, de estrés ante la conciencia generalizada de que la Noche Buena marca la cuenta regresiva para la culminación del calendario que nos rige en este lado del mundo, un reloj cuyo movimiento lo acicatean los fatales plazos burocráticos de “cierres contables de año”, “ejercicio fiscal” y la consiguiente punción económica de saldar deudas y cobranzas previo al fin de un ciclo e inicio de otro.

Es un frenesí que tiene tanto de adorable y de odioso como lo tiene los propios ciclos humanos. La iluminación de los escaparates comerciales y de las grandes avenidas, los balcones, fachadas y árboles, sin que nos demos percatemos plenamente de ello; es una osada verbena de colores con fausto de energía con que celebramos la conquista que como especie hemos hecho de la noche y su oscuridad. Una conquista que no tiene más de 150 años de haber comenzado como una de las grandes promesas del progreso, pero que en el camino nos arrojó saldos enormes como la quema de carbón, petróleo y uso excesivo de agua que agotan los elementos que requerimos para subsistir en esta pequeña roca azul.

Quizá muy pocas de las personas que salen en masa a comprar regalos para obsequiar en esta temporada  tengan clara la historia de las religiones, la epopeya de las creencias desde la mas oscura edad de temores hasta el clásico greco romano en occidente y sintoísmo en Asia lejana, del persistente asenso de una creencia esotérica y monoteísta de tribus del desierto hasta integrarse y justificar con el “santo grial” el poder de señores feudales sobre tierras y conciencias en una época en que la esperanza de vida no superaba los 40 años y las personas raramente viajaban más allá de dos kilómetros a la redonda de sus aldeas o chozas. Y no es necesario tener conocimientos extensos en historia de las civilizaciones como para replicar la actitud del obsequió, de sentirse realmente contagiado de una conducta que no sólo responde a la intensidad con que todo tipo de medios tradicionales y digitales de comunicación nos recuerdan “la alegría de dar” si no también a una necesidad profunda de identidad y vinculación con nuestro grupo social mas cercano, ya sea la familia, amigos, compañeros de trabajo y clientes.

Esa necesidad de identidad y cercanía es mucho mas antigua que el cristianismo y se remonta al gregarismo propio de todos los animales que requiere formar sociedades para sobrevivir.

Los regalos y la economía

Los regalos, los obsequios, vienen a ser un símbolo (a veces muy costosos, otras meramente testimoniales como las tarjetas de navidad y mensajes en redes sociales) que busca reforzar nuestras asociaciones y alianzas al final de cada uno de los ciclos de tiempos que nos establecemos y que tratamos frenéticamente de “cerrar” calendáricamente a partir de cada diciembre. Por ello resulta especialmente chocante -cuando menos para quienes percibimos los sutiles cambios del medio ambiente y del paso del tiempo- que las grandes cadenas comerciales -y sus proveedores, sobre todo asiáticos- inician las “ventas navideñas” desde septiembre de cada año cuando ni siquiera ha llegado el alegre y travieso Halloween que se ha sincretizado con el festivo y solemne Día de Muertos.

Ciertamente los regalos, la parafernalia de iluminación, el pago y cobranza de contratos comerciales, tiene un impacto directo sobre el mecanismo de las economías de mercado: la demanda, nutrida por flujos adicionales de dinero en efectivo y crédito, estimula la oferta y precios así como la ocupación retribuida de personas.  Y no es que la Navidad sea otra “engañifa ideológica del capitalismo”; la primera ciudad europea, Cádiz, prosperó hace unos 2,200 años por una fábrica fenicia de atún en aceite con muchos insumos provistos por los lugareños; y previo al nacimiento de Jesús, las ciudades árabes del desierto eran ricas por la cantidad de mirra que exportaban hacia Roma y sus Colonias donde se usaban para honrar a los múltiples dioses del Imperio. Cuando el monoteismo cristiano se generaliza en el fragmentado imperio Romano de Constantino I -casi 300 años después de la crucifixión de Jesús- las ciudades del desierto languidecieron y sus habitantes tuvieron motivos materiales para desconfiar de los seguidores de El Mecías. Vaya, en estos tiempos de la 4° Ola de Covid19 son muchos los gobiernos occidentales y orientales que han evitado ordenar otro “cierre de actividades” y confinamiento social hasta pasadas las fiestas navideñas dado el impacto que podría tener sobre el engranaje económico como ya aconteció con severas pérdidas de riqueza, empleos y balance macroeconómico con la primera y segunda ola de la infección.

La cena del fin del todo

El frenesí navideño tiene su punto culminante en la Cena de Noche Buena o en los almuerzos del 25 de diciembre, festines que suelen tomar dimensiones pantagruélicas y desaforadas que -en proporción a las carteras que los paguen- superan en mucho la variedad y tamaño de las porciones engullidas y de bebidas empinadas habitualmente. ¿Es correcto festejar al dios de los pobres, el que multiplicó peces y panes para sus hambrientos seguidores, con un derroche casi orgiástico de deliciosas viandas?

Pero la festividad por el nacimiento de Jesús sólo asimiló, por un lado las antiguas tradiciones de los primeros agricultores que festejaban con comilonas al inicio del invierno el haber obtenido una buena cosecha, animales gordos y librado ya fuera enfermedades o matanzas; en México y Mesoamérica, las festividades religiosas y civiles (incluida la Navidad) suelen tener esa exuberancia gastronómica como una forma de conjura contra el hambre ancestral, para alejar los fantasmas de la pobreza y fortalecer la posición social y de poder de los anfitriones.

En la globalización cultural lograda con las comunicaciones internacionales, el turismo, los vuelos intercontinentales, la interconexión de mercados financieros y planificación regional de manufacturas y actividades agropecuarias, hoy es posible armar una cena de Navidad todos los días para cuando menos una quinta parte de la población mundial que pudiera costearlo. Ciertamente que el exceso de ingesta alimenticia tiene efectos muy severos en la salud de las personas, pero parece difícil que abunden los individuos dispuestos a abandonarse cotidianamente a los placeres de la cocina de esta temporada.

Pero ello no resta que la cultura gastronómica ha desarrollado platos extraordinariamente delicios para la Gran Cena de Navidad, desde el afamado Pavo, pasando por diversas preparaciones de cerdo, res, peces, mariscos y con cada vez más frecuencias, platillos veganos logrados con elocuente maestría. La riqueza cultural que genera la preparación del rito de la cena navideña es sin lugar a dudas una forma viva y lúdica con la que reafirmamos nuestros lazos familiares y sociales, una forma de encontrar identidad y momentos de paz en un mundo confuso y violento.

Así que no se compliquen y tengan una Feliz Navidad