Así contó Eugenio Montale cómo se convirtió en poeta a pesar de sí mismo.

Eugenio Montale murió hace cuarenta años, así es: el 12 de septiembre de 1981. Hay muchas formas de recordarlo. El primero, más sencillo y más individual, es leerlo: nada más. El segundo, más complejo y colectivo, es rendirle homenaje con una publicación. En efecto, mejor: una revista, que llena un vacío en los estudios italianos sobre el poeta ganador del Premio Nobel. Aquí está: se llama Quaderni montaliani, tiene una frecuencia anual, es publicado por Interlinea y ofrece escritos, estudios e imágenes de archivo inéditos o raros y perdidos. Que es exactamente lo que tiene que hacer una revista científica.

Promovido por el Departamento de Estudios Italianos de la Universidad de Génova, el Centro de Estudios Palazzeschi de la Universidad de Florencia y la Fundación «Maria Corti» de la Universidad de Pavía, los Cuadernos Montalianos – un equivalente de los Cuadernos del Ingeniero de Carlo Emilio Gadda – están dirigidos por Roberto Cicala y cuentan con un comité científico en el que aparecen los principales expertos de Montale: por Franco Contorbia (quien aquí afronta un año crucial y poco investigado en la vida de Montale, 1947, cuando, entre otros hechos memorables, conoció en Florencia a Dylan Thomas) a Gianfranca Lavezzi, de Stefano Verdino a Paolo Senna.

Bueno. Pero, ¿qué hay de nuevo por descubrir sobre Montale? Mucho. Y de hecho el primer número del anuario, entre muchas intervenciones, lecturas y curiosidades, como una carta inédita de Italo Svevo de 1928, ofrece dos bondades: una conferencia de Montale de 1947 que nunca se ha publicado hasta ahora y la correspondencia inédita con Ugo Ojetti.

En cuanto al primero, se trata de un escrito mecanografiado, del que se conservan dos copias con correcciones a mano, cuya transcripción en la revista tiene una extensión de unas veinte páginas. Se trata de un texto titulado Poeta a pesar de sí mismo –una especie de biografía en forma de autoentrevista– que nació en 1946 para una gira de conferencias que Montale celebró al año siguiente en Suiza (en Lugano, Bellinzona, Locarno, Zurich …) y que luego, alargada, acortada y adaptada a la única circunstancia, permanecerá durante mucho tiempo entre los papeles del poeta, lista para ser explotada en varias ocasiones. Un texto muy refinado que utilizará, por Italia, por ejemplo, en una conferencia en enero de 1949 en Turín, cuando conoce a Maria Luisa Spaziani por primera vez, y a veces incluso en el extranjero, hasta al menos 1962 (si hay es un muy buen escritor reutilizando su propio trabajo, y en ocasiones también el de otros, especialmente para traducciones y artículos periodísticos, eso es Montale). Y aquí, hablando de sí mismo en tercera persona, Montale confía al público -siempre diferente pero siempre idéntico- que «escribía porque no vivía, escribía porque escribir era crear un objeto, hacer un trabajo (el único que era posible para él) y sentir que a través de esta obra agrega algo al mundo, lo modifica de alguna manera, aunque sea pequeño, y así llega a una prueba, a una prueba de sí mismo ». 

En cuanto a la correspondencia con Ugo Ojetti (1871-1946), extraordinario periodista que inventó la entrevista literaria, editor y crítico de arte, escritor e intelectual del Régimen – entre 1926 y 1927 fue director del Corriere della Sera, signatario del Manifiesto de los intelectuales fascistas en 1925, Académico de Italia en 1930 – como suele ocurrir con Montale tenemos sus cartas pero no las del corresponsal, que fueron destruidas (costumbre mantenida con los numerosos amigos, para evitar problemas con la esposa). Sin embargo, lo que sobrevive de la correspondencia sirve para recordar, hoy, a un gran periodista casi completamente olvidado tras su muerte (también se había afiliado a la República Social) y para atestiguar el vínculo entre Montale y una figura clave en el mundo cultural de la época. . Entre otros, he aquí dos cartas muy indicativas del carácter casi obsequioso de la primera y del poder indiscutible de la segunda. El 9 de marzo de 1932 Montale escribe a Su Excelencia Ugo Ojeti: «Quiero recomendar a la Academia la solicitud de premio hecha por el Gabinetto Vieusseux. Somos cada vez más pobres y necesitamos su buena voluntad para no ir al fondo. ¡Confío en que podremos contar con Tu ayuda! ». Y el 22 de diciembre de 1939, hablando de su poemario, Las ocasiones, aparecido unos meses antes por Einaudi: «Querido Ojetti, sé por mi amigo Carena que has propuesto mi reciente libro a un premio de la Real Academia de Italia. Cualquiera que sea el resultado de la propuesta (que no me sorprendería si encontrara contrastes) me gustaría expresarle mi gratitud. Aparte del indudable honor, esto sería una ayuda importante para mí, ya que pronto me encontraré sin un centavo y con pocas posibilidades de encontrar un trabajo adecuado ». Montale, para que conste, había sido destituido del cargo de director del Vieusseux en 1938. Si bien hubo numerosos premios patrocinados por la Academia, incluido el de Literatura cuya comisión formaba parte de Ojetti. Así ha sido siempre las cosas en el mundo cultural italiano.

Aquí dos poemas de gran poeta italiano.

NOTICIAS DESDE EL AMIATA

El fuego de artificio del mal tiempo
será rumor de colmenas en la noche.
El cuarto tiene vigas
carcomidas y un olor de melones
se cuela entre las tablas. Las humaredas
mórbidas que remontan un valle
de elfos y de hongos hasta el cono diáfano
de la cima me empañan los cristales
y desde aquí te escribo, desde la mesa
remota, desde la celda de miel
de una esfera lanzada en el espacio
–y las jaulas cubiertas, el hogar
donde estallan las castañas, las venas
de salitre y de moho son el cuadro
donde muy pronto irrumpirás. ¡La vida
que te fabula es aún demasiado breve
si puede contenerte! Tu ícono abre
el fondo luminoso. Afuera llueve.


LA TORMENTA


La tormenta que chorrea en las hojas
duras de la magnolia, los largos truenos
de marzo y el granizo
(te sorprenden los sonidos de cristal
en tu nido nocturno; de los oros
apagados en las caobas, en los cantos
de encuadernados libros; aún arde
una grana de azúcar en el cascarón
de tus párpados)
el rayo que confita
árboles y muros y los sorprende en esa
eternidad de instante –mármol, maná
y destrucción– que llevas esculpida
dentro de ti como condena y te une
a mí más que el amor, extraña hermana;
y aun el rudo estruendo, los sistros, el bramar
de panderetas sobre la fosa oscura,
el taconeo del fandango, y encima
el ademán violento…
Como cuando
te volviste y, con la mano, libre
la frente de la nube de cabellos,
te despediste –para entrar en la sombra