Ante la pregunta de si es posible separar partes de la obra de un autor como un producto autónomo, rico en un contenido propio y peculiar, el libro de viaje de Federico García Lorca Impresiones y paisajes (1918) es un caso excepcional. La primera obra del joven autor marcó un punto de inflexión en su carrera artística, que hasta entonces se había orientado hacia la música, en particular el estudio del piano, del que Federico se convirtió en un apasionado intérprete del repertorio de obras clásicas y populares; este último vinculado a las canciones del folclore gitano, genuinas expresiones de Alma andaluza que Lorca comparte con su maestro y amigo Manuel de Falla con quien celebró la primera Fiesta del cante jondo en 1922, en el marco incomparable de la Alhambra, fortaleza y sede de la refinada cultura musulmana.
El libro es el resultado de un viaje cultural organizado por el profesor de estética en los lugares más significativos del arte español: son prosa poética, algunas ya anticipadas en las revistas de la época, que superan los límites del ejercicio literario y revelan un interior mundo mediante el uso de símbolos y traducciones que constituyen una sedimentación de sentimientos ocultos; que, como el propio Federico confiesa en el Prólogo, traduce «cierta indeterminación y melancolía».

Sin duda Impresiones y paisajes muestra una cierta fragilidad estructural, pero la serie dedicada a Granada y sus jardines, supera los rasgos impresionistas de la visión del paisaje con formas más cercanas al expresionismo que veremos afirmarse más adelante, por ejemplo en el libro de graduación de secundaria Poeta en Nueva York. Lorca describe el concierto de campanas de la catedral al que responden los campanarios del Albayzín, el popular barrio árabe, creando un armonioso contrapunto, pero muchos sonidos de bronce traducen un jadeo de deseos parecido a un ronco sollozo. Junto a la paleta de colores, la nota musical domina en la escenografía dorada del crepúsculo granadino, mientras que en algunos momentos surge el pensamiento del fluir del tiempo que el poeta traduce en un movimiento plástico.
La lírica San Miguel Granada cierra la colección y anticipa el tríptico de ángeles, que encontramos elaborado en los versos del Romancero gitano y pertenece a la extraordinaria iconografía religiosa lorchiana dispuesta a plasmar la nota pagana e irreverente de la devoción popular. La figura del arcángel Miguel aparece en el cristal de su nicho «de las tres mil noches Efebo, / odoroso di cologne», imagen que parece haber sido recortada de una deliciosa miniatura árabe.
Años más tarde, en la conferencia Granada, un paraíso cerrado a muchos …, Lorca dedicará páginas inolvidables a su ciudad, capital del reino musulmán, crisol y síntesis de diversas razas y religiones: «Granada se declara ciudad de la ociosidad, una ciudad hecha para la contemplación y la imaginación, una ciudad donde el amante escribe el nombre de su amor en la tierra mejor que en ningún otro lugar ».